viernes, 4 de febrero de 2022

1 año después

 Ayer sucedió lo inimaginable: Lloré sin la necesidad de provocación. No estaba borracha, no me había pegado en el dedo chiquito del pie. No había visto-ni leído una escena triste. No me había peleado con nadie. 

Estaba yo acostada en mi cama, a eso de la media noche, poco más. Le acababa de dar las buenas noshes al mimors. Mi cuarto estaba oscuro y la poca luz de la luna y las luces del patio trasero iluminaban apenas unos centímetros de la pared. No había ruido más que la respiración de Manzano, que estaba dormido ahí junto a mí.

Puse el teléfono en mi pecho y de repente sentí algo extraño y doloroso: Como si mi pecho se abriera en un agujero negro. Me ardió de una manera física. Y las oleadas de tristeza, de pena, de pesar, de dolor me revolcaron y lloré. Lloré a lágrima tendida. 

La música en mis audífonos se había detenido. Y yo intenté calmarme y cuando pude hacerlo vi que los ojos grandes y brillantes de Manzano estaban fijos en mí, parecía preocupado o cuando menos asustado.

Quise explicarle pero no podía articular palabra.

Sabía por qué lloraba, sólo no sabía... cómo.


Ha pasado un año desde la muerte de mi tía, que fue como una segunda madre para mí, y se sigue sintiendo raro. Como irreal. 

Tuiteé al respecto sobre el tiempo: Incluso cuando había olvidado la fecha exacta, el día en que nos avisaron y todo eso, en mi corazón todos los días se siente igual. Como si hubiera sido ayer.

El dolor es abrumador. La ira, el desconcierto, el miedo, la desesperación y la desolación también.

Les confieso que a veces no puedo. No puedo y tengo que beber o dormir o golpearme la cabeza contra la pared hasta que todo se sienta mejor.




Tengo que obligarme, al hablar, de usar los verbos en pasado cuando hablo de ella. Cuando alguien de mi familia dice su nombre, siento como si un cuchillo me abriera la piel por la espalda.

Todavía estoy enojada, quiero gritarle al mundo y quiero hacer cosas horribles e ilegales. Cada vez que leo o veo algo relacionado a los antivacunas, pienso en todas las cosas inhumanas que sería capaz de hacerles con tal de regresar a mi tía y darle esa oportunidad.

Todavía estoy triste, muy triste. Me cuesta mucho trabajo dormir, me cuesta mucho tener hambre, recordarme que debo comer tres veces. No se lo dije a alguien pero en los últimos días -semanas- mi cuerpo me ha estado torturando con la gastritis nerviosa porque #estrés y porque #nocomo


Lo peor de todo es que todavía no puedo hablar de ello con nadie.


Después de ese infernal mes, el año pasado, pude contestar mensajes y regresar llamadas de mis amistades a quiénes en pocas palabras les resumí lo que había vivido. A nadie le conté más allá. Ni siquiera al mimors, a quién le agradecí por acompañarme en ese día aunque no le expliqué por qué ni nada así.

No puedo hablar de esto con mis papás, no quiero que sufran más. No puedo hablar de esto con mi hermana porque sé que sólo avivaría el enojo que en ella vive. No puedo hablarlo con mis amistades, no puedo hablar con mis relaciones cercanas.

No puedo hablarlo con Manzano, no puedo hablarlo conmigo misma.

Este post es lo primero que escribo tan abiertamente del tema y me ha costado UN FOURLOKO hacerlo. Porque sí, no estoy sobria y cuando lo lean seguramente tampoco lo estaré.



La vida es algo que me resulta chistosa. Lo fácil que se apaga, como el fuego débil de una vela de posada, que ante cualquier soplido se extingue y lo único que queda para recordarnos que existió es el humo.

Yo todavía siento el humo. Puedo olerlo, puedo verlo, puedo sentir que toca mi piel.


Y estoy tan furiosa. Estoy tan triste, tan deprimida, tan ansiosa, tan desolada. Tan sola. Estoy tan devastada.




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